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Extracto del cuaderno de viajes de Martine Sottas, redactado en julio bordeando la costa brasileña.

¿Qué vínculos me ligan hoy en día a este gran hombre? Pronto hará 10 días que navego en el Flor de la Pasión bordeando la costa brasileña con esta pregunta rondándome por la cabeza. Me embarco en Salvador e iré hasta Río de Janeiro con mi billete de avión en el bolsillo para regresar de vuelta a Ginebra con mis fotos del viaje y mi cuaderno de dibujo

He embarcado con otros ocho pasajeros por propia y libre voluntad. Dispongo de un camarote propio con ojo de buey. La alimentación es buena y variada; comemos carne y a veces cocinamos con mantequilla. Los demás tripulantes me tratan bien (entre ellos, una mujer y una chiquilla). Estoy bajo la responsabilidad de un capitán encantador que nos da instrucciones sin alzar la voz. Todos están obligados a hacer guardias (menos los dibujantes) y debemos participar en preparar las comidas y en las tareas colectivas del barco. Normalmente, todo ello se lleva a cabo con buen humor. Y tenemos tiempo libre, que dedicamos eminentemente a dormir, charlar, leer, escribir, dibujar, ver películas y ballenas.

Hay momentos (lejos de la costa) en los que ya no estamos conectados al resto del mundo… solos y sin red. Si hubiese un problema, tenemos VHF y un teléfono por satélite. Tenemos una guía de fondeaderos con textos descriptivos y fotos. Vamos equipados con un software de navegación OPEN CPM que funciona por satélite y con el que podemos trazar nuestra ruta, planificar la navegación y calcular la hora de llegada. Las cartas señalan las profundidades, los arrecifes, los faros y las radiobalizas, así como la entrada en los puertos y toda información útil para la navegación.

Pero siendo así, ¿qué hay de común entre Magallanes y sus hombres y los actuales navegantes embarcados en el Flor de la Pasión? Yo llego a la conclusión de que la única cosa que nos sigue uniendo es navegar a merced de los elementos de la naturaleza en perpetuo cambio.

Cuando pienso que el mar no ha dejado de agitarse desde que los seres humanos se aventuraron en sus aguas, me siento unida a las personas que se lanzaron a vivir esta experiencia de navegar, cualquiera que sea la época y el mar que surcasen. Tal vez el cielo que yo oteo hoy no es muy distinto (al menos en apariencia) de aquel que escudriñaban día y noche los audaces navegantes. Y el viento, a pesar de la precisión de los pronósticos meteorológicos, nos sigue sorprendiendo siempre.

Y acabo diciéndome que hoy, con todos los conocimientos y los medios que tenemos a nuestro alcance, también me siento a veces lanzándome a la aventura, cara a cara con la grandeza de los elementos naturales que nos rodean en el mar.

7 de julio de 2015
Martine Sottas